jueves, 22 de julio de 2010

El último camino

A través del desierto caminamos. El calor es sofocante y nuestras vestimentas son pesadas. Puedo sentir como las gotas de sudor acarician mi espalda. No pensamos, somos máquinas a las que nos resetearon el cerebro con la única capacidad de recibir órdenes. Mis compañeros se están quedando atrás, de a poco vamos cayendo en el olvido. Estamos perdidos en este inmenso océano de arena. Nos arrastramos. Los recuerdos pasan por mis ojos como fantasmas del pasado. Recuerdo a mis hermanos, a mis padres, a mi profesor del secundario diciendo que tenía un gran futuro por delante. Recuerdo a mi amiga llorando cuando le dije que me había inscripto en el ejército. No recuerdo nada más después.
Solo puedo verme en la armada. Adiós a mi largo pelo, adiós a mis malos modales, adiós a mis pensamientos libertinos, adiós a mi vida. Siento el dolor que sufría mi cuerpo al acostarme derrotado todas las noches por el exeso de ejercicio. Recuerdo al teniente gritándonos órdenes y advirtiéndonos sobre el enemigo. Recuerdo como me subí al avión para viajar a un país extranjero, supuestamente para liberarlo del terror.
Estoy en una aldea alejada. No hay nadie en las calles. Es un pueblo un tanto primitivo, nos temen, saben que solo traemos maldad. Recuerdo un hombre de familia siendo arrastrado por un compañero. Recuerdo el sonido de sus hijos llorando. Recuerdo como un amigo trato de ayudarlo y atacó al capitán. Y sobre todo recuerdo como abrimos fuego contra toda la muchedumbre que parecía tratar de huir. Luego recuerdo como una bala mía atravesó a una niña que trataba de cubrirse bajo el cadaver de su madre. Después de eso, solo recuerdo reaccionar ante la muerte. Recuerdo alejarme con otros compañeros, sin rumbo, sin perdón.
Soy el último en pie, no sé cuanto tiempo pasó desde la masacre. ¿Acaso fue hace unas horas? ¿Días, Semanas? no me importa. Tampoco le importa todos aquellos que están encima nuestro. Somos prescindibles, hay miles más como nosotros en este mismo momento despidiéndose de su familia para comenzar en la academia, otros miles subiendo al avión, otros miles listos para atacar. Estoy por desvanecerme, pero escucho que alguien me llama. Levanto la mirada y veo a mi familia, me arrastro lentamente hacia ellos y veo sus sonrisas. Sonrío antes de caer, "he vuelto".

3 comentarios:

Ariel dijo...

Es triste pero es como decís, no somos nada. Somos un número o menos que eso, que cuando no le servimos a los de arriba borran de un plumazo. Somos ratas de laboratorio, encerradas en su sistema. Esta todo planeado, pero para poder salir, tenes que haber hecho algo dentro, y conseguir lo necesario para alejarte, y estar lo mas "afuera" posible, pero no es fácil.
Somos esclavos, pero ahora nos llaman "ciudadanos".

Cronopio dijo...

"La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté como perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario. Lo elegíaco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los Inmortales."

Cronopio dijo...

Se que no te gusta Boges, pero lo que escribiste me hizo acordar al cuento "El inmortal"