Mientras seguimos con esa caminata motorizada que parece casi eterna, miro al cielo. El sol me quema, me obliga a cerrar los ojos. Por un momento, me dejo transladar a otro lado. Todo gira alrededor mio y cuando abro mis ojos me doy cuenta que ya no estoy rodeado de gente en la ciudad. Me encuentro en un vasto campo verde. Se al instante donde estoy. La brisa acaricia mi rostro y el olor a océano me llena las fosas nasales. Ya estube aquí, 5 años atrás. Finalmente, volví a Irlanda.
De pronto, diferentes imágenes aparecen, veo a mi mejor amigo, cabalgando en su propio campo. Durante años peleó y se esforzó y ahora es uno de los agrícolas más conocidos y respetados del país. También lo veo a L, como siempre, demostró ser multifuncional, vive en Cuba, donde administra una farmacia de día y baila salsa en un club en el que trabaja como barman durante las noches. En otra imagen aparece un viejo amigo, alguien que abandonó el colegio en su tercer año, ahora, está representando al país en los torneos ATP del mundo. Los veo a mis hermanos, uno es un reconocido director cinematográfico, el otro es un fuerte empresario. Veo a otros amigos, cada uno cumpliendo sus metas. Mis compañeros de la facultad, todos periodistas consagrados, algunos dedicados a la cobertura de recitales, otros fundaron diarios en el interior.
Una vez más cierro los ojos. Y así, vuelvo a transladarme, vuelvo a ser yo mismo, otro robot en la ciudad. Pero mientras camino sonrio, y me embarco en la misma búsqueda de siempre, la búsqueda de la felicidad.
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