viernes, 13 de marzo de 2009

Vidas

Un hombre camina por la calle y prende un cigarrillo. El semáforo lo hace detener, y mientras espera, mira a su alrededor. Mira a unos niños, de apenas 8 años. Los mira correr y reír mientras pasan entre la gente. Juguetean entre las calles que los vieron nacer, las mimas calles que en la noche los congela cuando intentan dormir. Cansados de la vida triste que viven, los chicos crearon su propia realidad, donde nada los lastima; donde viven felices. Mientras juegan, pasan por al lado de una niña que llora. Está volviendo del colegio, pero sola. A lo lejos, mira como un grupo de compañeras transitan el mismo camino que ella, y sin embargo, prefieren que no las acompañe. Se siente sola, abandonada, incomprendida. Se siente cansada de todos, siente que nadie nunca la va a ayudar. Cada noche llora en su cuarto, pidiendo que aparezca alguien que la comprenda, alguien que le de una razón para seguir caminando por estas calles. Mientras piensa en soledad, casi choca contra dos jóvenes que, ajenos al resto del mundo, se besan en la calle. Se conocieron hace 6 meses, e instantaneamente se enamoraron. Sus vidas eran trágicas. El padre de él era alcohólico y lo golpeaba, su madre había huído hace tiempo, dejándolo solo. Ella nunca había conocido a sus padres, y vivía con sus tías quienes la culpaban de todos los males y la obligaban a trabajar. Fue el destino quien los unió y desde entonces nunca se separaron. Juntos planearon el escape, en busca de una nueva vida. Ahora lo están logrando. Continúan con ese mismo beso, sin darse cuenta que alguien los mira. Es un vagabundo, apoyado contra la pared de un edificio. Los mira y recuerda. Recuerda cuando él era joven, cuando todos tenían fe en él. Recuerda su antiguo empleo, como vicejefe de una importante empresa. Recuerda viajar y como su trabajo lo hacía conocer el mundo. También recuerda la traición de su amigo, que le quitó el trabajo y más tarde lo echó, para que el hombre, ya derrotado, caiga en la adicción a la droga. Mientras recuerda, el hombre se arremanga, y clava una aguja sucia en su antebrazo, para luego sumirse en otro flash que lo saca de su triste realidad. Dos ventanas más arriba de donde el vagabundo está apoyado, una mujer de mediana edad abre las persianas y mira. Hace años que no habla, no por alguna enfermedad, sino por que no tiene a nadie con quien hablar. Su marido murió prematuramente, dejándola sola. Ahora ella se encierra en su habitación y llora en silencio, recriminándole a la vida todo lo que le robó: un marido joven, la posibilidad de tener niños, la mínima chance de alegría. El cigarrillo se termina, el hombre lo tira, mira una vez más a su alrededor y cruza la calle, buscando su propio camino.

1 comentario:

Her... dijo...

Es tan paradójico vivir la soledad entre tanta gente... Y tan humano