El cielo arde, el fuego que vive en el interior de esas bestias se hace material y la llamarada golpea con fuerza la montaña, provocando derrumbes y avalanchas. El pueblo que mira desde abajo tiene miedo, toma sus cosas y huye. No queda nadie, salvo por un pequeño niño, de unos 7 años, que no pudo escapar de uno de los derrumbes y quedó preso en la montaña. Ahora para sobrevivir, solo le puede subir.
Llaga a la cima, es espectáculo es tremendo, la bestia blanca, y la negra pelean contra la colorada. Estos animales son los verdaderos reyes del mundo. Criaturas fantásticas. El niño queda impávido. Y no se da cuenta de que el dragón rojo lanzó una bocanada que va a dar justo por encima de él. Su tiempo se acaba. Fue solo gracias a la acción del blanco, que se posó arriba para protegerlo, que puede seguir viendo lo que pasa. Ahora el negro ataca, y embiste con fuerza al asesino. Están pegados, y las garras y dientes se mezclan para lograr herir mortalmente al adversario. El blanco se une y también pelea. Muerde con fuerza el cuello del dragón asesino. Este gime y se derrumba, pero un último zarpazo logra herir mortalmente al negro. Ahora son dos los que caen, y nunca volverán a volar.
El blanco llora en silencio, lamenta la pérdida de su amigo. Recién después recuerda al niño. Se eleva y lo mira directamente a los ojos. El chiquillo no tiene miedo, alza su mano y acaricia el rostro escamoso del dragón. Este se mueve al compás de las caricias. El chico lo monta, y ambos planean hasta llegar a la base de la montaña, al pueblo. El niño se baja. El dragón lo mira una última vez y se eleva y vuela muy lejos. Nunca más se lo volverá a ver… al último dragón. Pero el chico creció, y dibujó como único testigo todo lo que vio en esas tres criaturas legendarias. Su nombre es Ciruelo.
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